Historia: Mil años de historia frente al olvido

En lo más profundo de la Montaña Palentina, donde el viento sopla con memoria y los caminos parecen haber sido trazados por siglos de pasos solitarios, resiste una pedanía diminuta, olvidada por muchos pero viva para unos pocos. Su nombre es Boedo de Castrejón, y lo que para algunos puede parecer un simple punto en el mapa, para otros es el símbolo de un pueblo que se ha negado a desaparecer.

Boedo no es solo un lugar; es una lección de constancia, un susurro de la historia que se niega a morir. Frente al abandono, la despoblación y la indiferencia de los tiempos modernos, Boedo se levanta cada día sin hacer ruido, pero con la dignidad de quien guarda un legado milenario.

 Su nombre, cargado de historia y misterio, podría derivar de varias raíces. Una hipótesis lo vincula al vocablo "Boyedo", es decir, lugar de reunión de la boyada o manada de bueyes, lo que lo emparenta con otros topónimos como Boada. Otras teorías lo relacionan con el término latino budetum (bodón), y su forma castellana buhedo, haciendo referencia a un lugar de espadañas o aneas, zonas húmedas e inundables. 

Esta última interpretación parece encajar con la descripción que ofrecía Pascual Madoz en su diccionario del siglo XIX, donde describía el entorno como "lleno de lagunas y pantanos producidos por el río". Así, Boedo podría significar tanto "lugar de la charca" como "lugar de los bueyes", dos imágenes que reflejan su esencia agrícola y natural. 

Un origen medieval con nombre propio

Boedo no nació ayer. Tampoco el siglo pasado. En los archivos más antiguos que se conservan en Castilla y León, ya se menciona su nombre en el año 1115, junto con otras pequeñas aldeas que hoy forman parte del municipio de Castrejón de la Peña.

Con el paso de los siglos, su denominación ha cambiado, como cambian los cauces del río que lo cruza. Se le conoció como Buedo, y más tarde, en tiempos del rey Alfonso XI, fue recogido en el Becerro de las Behetrías del siglo XIV como Villa Buedo. Su nombre más espiritual aparece en el Becerro de los Beneficios de 1345: San Xristoval de Buedo en honor a su patrón. Pertenecía a señores como Juan Rodríguez de Cisneros y miembros de la familia Castrejón. Los vecinos pagaban impuestos en especie, como media faega de centeno y una gallina, pero estaban exentos de tributos como la martiniega o el derecho de yantar.

La Iglesia de San Cristóbal: testigo de siglos de fe y abandono

Boedo tiene un corazón de piedra y fe: su Iglesia de San Cristóbal, construida en el siglo XVIII, es el alma arquitectónica del pueblo. Hoy, a pesar de su estado ruinoso, su espadaña sigue en pie, desafiando al tiempo como un centinela que no se rinde. No quedan muchas paredes, pero sí restos de lo que fue un templo humilde, sobrio y bello, con una nave única, un presbiterio cuadrado y una portada neoclásica que recibía a los feligreses entre piedras y silencio.

En este lugar sagrado se celebraba la fiesta del patrón, San Cristóbal, cada 7 de julio. Y aunque ya no suenan las campanas, la tradición sigue palpitando en la memoria de quienes aún recuerdan las misas bajo el árbol, los juegos infantiles, los cacharros rotos con alegría o las partidas de bolos tras una comida compartida.

La iglesia fue incluida en la Lista Roja del patrimonio español en 2021, no solo por su deterioro, sino como un llamado de atención. Porque Boedo, y su iglesia, son símbolos de lo que podemos perder si no actuamos.

Desaparición, resistencia y repoblación: la épica de un pueblo de dos habitantes 

En 1857 perdió su condición de municipio y pasó a formar parte de Castrejón de la Peña. En 1972 se disolvió la Entidad Local Menor, dejándolo sin voz ni autonomía administrativa. A partir de ahí, Boedo entró en un largo periodo de abandono. Las lluvias, la falta de servicios básicos y el aislamiento empujaron a sus últimos vecinos a marcharse. El silencio cayó sobre el pueblo como una sábana de niebla. Parecía el final de la historia. Pero no lo fue.

Pero no desapareció. En el año 2000, Eduardo Serrano fue el primero en volver a vivir en Boedo. En 2009 ya eran dos las personas empadronadas que residían todo el año en el pueblo. Desde entonces, su historia es la de un pequeño milagro rural. Décadas después, una familia vallisoletana compró y rehabilitó dos casas. Donde antes solo quedaban ruinas, volvió a encenderse una chimenea. Donde el viento era el único habitante, volvió a oírse el eco de pasos. Hoy viven allí dos personas, pero su presencia vale más que muchas multitudes, porque demuestran que la historia puede continuar si hay voluntad y amor por la tierra.

Y es que Boedo, con apenas cinco construcciones y un puñado de almas, ha sido bautizado por algunos como "El pueblo de Astérix palentino": pequeño, resistente, orgulloso. Un lugar que no se rinde.

Una joya rural intacta: memoria viva en cada piedra

Pocos pueblos pueden presumir de haber mantenido su esencia durante más de nueve siglos. Boedo no ha crecido en población ni en infraestructuras, pero sí en simbolismo. Es un lugar detenido en el tiempo, con caminos sin asfaltar, muros de piedra, hierba que brota entre las calles y una calma que no es abandono, sino identidad.

Su patrimonio es silencioso, pero poderoso:

  • El molino tradicional, huella de la vida rural y del trabajo junto al río.

  • El puente antiguo de piedra, por donde aún fluyen recuerdos.

  • El colmenar de adobe, piedra y teja, joya de la apicultura local.

  • La fuente manual y el pilón, puntos de vida para el ganado.

  • Y el cementerio, donde descansan generaciones que creyeron que Boedo lo era todo.

Cada uno de estos elementos forma parte de un museo al aire libre que no necesita vitrinas ni entradas. Solo necesita ser mirado con respeto.

Boedo hoy: un símbolo entre la historia, el futuro y la esperanza

La historia de Boedo no es un cuento nostálgico. Es una llamada al presente. A la acción. A la memoria. Es un ejemplo de cómo la despoblación puede combatirse con pequeños gestos. De cómo la identidad no se mide en habitantes, sino en raíces. Y de cómo un pueblo olvidado puede convertirse en referente si alguien lo cuenta, lo visita y lo defiende.

Hoy, Boedo resiste. Con apenas dos vecinos y una web como altavoz, va recuperando su voz. Sus senderos son recorridos por ciclistas y caminantes. Su historia se difunde. Su nombre vuelve a sonar en Palencia, y cada vez más alto.

En las últimas fechas, se ha ido gestando una recuperación silenciosa pero constante. Se han restaurado viviendas, creado una web oficial, compuesto un himno, y recuperado su identidad. Se han conseguido logros como la inclusión en DipuCar, la recuperación del servicio de basuras, la obtención de agua potable, y varias resoluciones favorables del Procurador del Común.

Actualmente, se está intentando recuperar la red eléctrica, el asfaltado de la entrada al pueblo (ya financiado por los Planes Provinciales) y la celebración de la fiesta de San Cristóbal, el 7 de julio de cada año, a la espera de la decisión del Ayuntamiento de Castrejón de la Peña.

Boedo de Castrejón no es solo memoria, es esperanza en acción. Una aldea que, contra todo pronóstico, sigue reclamando su lugar en el mapa y en el corazón de Castilla.

La historia de Boedo de Castrejón no es la de un pueblo muerto, sino la de un lugar que resiste, persiste y sueña. Su repoblación, impulsada por el compromiso de personas concretas y sin apenas apoyo institucional, demuestra que el abandono no es irreversible. Cada paso dado —desde la recuperación del agua hasta el asfaltado pendiente— es un acto de fe en el territorio, en la memoria y en las posibilidades del mundo rural.

Boedo no quiere ser un decorado del pasado, sino un ejemplo del futuro posible para tantos otros pueblos olvidados. Porque cuando alguien cree en un lugar, ese lugar vuelve a latir. Y en Boedo de Castrejón, el corazón nunca ha dejado de hacerlo.

Porque Boedo no está muerto. Boedo está esperando. Esperando a que llegues, lo descubras, y entiendas por qué hay lugares que, aunque pequeños, tienen una historia tan grande como un país entero

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